"El dinero del petróleo va a pagar la educación de calidad brasileña"
El reto educativo de Brasil es peculiar, porque por una parte está en
fase ascendente y debe atraer a la educación básica a población excluida
y al mismo tiempo debe formar mano de obra muy preparada que pueda
competir en un exigente entorno global.
A M.Teníamos
un atraso histórico muy importante en educación, tanto en el número de
nuestras universidades como en el acceso de la población a ella. Hace 15
años, sólo el 34% de los niños de cinco y seis años estaba en las
escuelas y ahora es el 94%, porque hemos instaurado la escolarización
obligatoria a partir de los cuatro. Hemos sacado de la pobreza extrema a 15 millones de familias
con la condición inexcusable de mantener a los hijos en el proceso
educativo, y fiscalizamos para que eso ocurra. Al mismo tiempo, estamos
intentando mejorar la calidad en la educación. En el último
informe PISA somos el tercer país que mejor evolución ha tenido, y en el
próximo informe, que se hará público en breve, esperamos estar todavía
más arriba.
E.C.- ¿Y van a avanzar lo suficiente como para poder competir en formación con Europa o Estados Unidos?
Hemos aprobado una ley para que el 75% de todos los royalties que genera el petróleo se destinen a la educación.
A.M.-
Nuestro problema es diferente porque tenemos una tasa de desempleo de
5,2% y estamos empleando cada vez más personas. Mientras Europa trata de
ganar competitividad reduciendo sueldos y derechos, nosotros hemos
optado por reducir fuertemente la desigualdad social, por rebajar las
contribuciones sociales sobre el trabajo y por incrementar las
inversiones en infraestructura y logística para crear un mercado
interior muy sólido. Y ahora tratamos de aumentar la competitividad mejorando la educación superior.
Estamos desarrollando programas que han provocado que las matrículas en
la universidad crezcan un 160%, una cifra similar a la que han
aumentado los doctorados.
Hay becas para estudiar gratis en
universidades privadas, estamos subsidiando la financiación para el
acceso a la universidad, hemos expandido fuertemente la red pública de
enseñanza y contamos con un programa para que nuestros estudiantes vayan
a las mejores universidades del mundo. Nuestro país es uno de los que
más invierte en educación y lo vamos a seguir haciendo porque hay muchas
cosas que mejorar. Hemos aprobado una ley para que el 75% de todos los royalties que
genera el petróleo se destinen a la educación, un aporte muy expresivo
de recursos que nos va a permitir transformar una riqueza finita y no
renovable como es el petróleo en otra infinita y renovable como es la
educación. Y con ello vamos a ganar enormemente en competitividad.
E. C.- Pero las condiciones para mejorar en ese sentido no dependen sólo de la formación.
A.M.- Somos el decimotercer país en producción científica indexada, pero tenemos poco caudal de patentes y somos poco emprendedores. Tenemos que crear más estímulos para el emprendimiento y la innovación.
E.C.-
Sí, parece que todo el mundo coincide en que ese es el único camino
para situarse en el futuro, pero no todos lo llevan a la práctica.
A.M.- Para
nosotros es muy evidente. En la época que fui ministro de Ciencia,
cambié el nombre del ministerio a Ciencia, Tecnología e Innovación. No
hay otro camino. La educación es importante a corto plazo para la
productividad, pero a medio y largo plazo es absolutamente determinante. Sin capital humano no hay nada.
En la época de la hiperinflación Brasil sufrió una diáspora de cerebros, ahora la situación se ha invertidoE.C.- Brasil no sólo está intentando desarrollar talento, también está atrayéndolo.
A.C.- En
la época de la hiperinflación mi país sufrió una diáspora de cerebros.
Ahora la situación se ha invertido. No sólo regresan muchos de los que
se fueron, sino que tenemos una notable presencia de investigadores y profesionales extranjeros, desde premios Nobel hasta jóvenes doctores que se han quedado sin espacio para sus investigaciones.
E.C.- Pues
Europa parece un buen lugar para pescar talento ahora, ya que muchos de
los más capacitados se marchan, especialmente en los países del sur,
buscando mejores oportunidades.
A.M.- Tenemos
un acuerdo con el centro de tecnología de Braga, que cuenta con una
estructura fantástica y con una capacidad muy interesante, pero que no
puede realizar sus investigaciones por falta de dinero. Pero también
hemos firmado acuerdos de esta naturaleza con Harvard, Oxford, Cambridge o el MIT, de cara a avanzar en terrenos que resultan provechosos para mi país.
E.C.-
El desarrollo de su país no sólo está generando oportunidades, también
está provocando problemas. Hemos visto una reciente oleada de protestas
de la que habla en su libro y que entiende causadas por la frustración
de las expectativas.
A.M.- Es un proceso complejo. En primer lugar, porque hay un fenómeno nuevo, que es internet. Este promueve una comunicación horizontal y sin mediación, que crea colectivos y redes sociales que se van desarrollando y que, en un determinado momento, salieron a la calle. No todos los que salieron sabían por qué estaban ahí, pero lo que sí sabían es por qué no estaban en casa. Lo de Brasil, sin embargo, fue diferente. Ahí no existía una demanda de democracia, como en la primavera árabe, ni tampoco se manifestaban contra los bancos como en Occupy Wall Street, ni contra la pérdida de derechos sociales, como los indignados. En Brasil la gente no protestaba contra el retroceso, sino que quería avanzar más y en más direcciones.
E.C.- Los manifestantes se quejaban de que no se gastaban el dinero público en interés de todos los ciudadanos.
A.M.- En mi país la vida mejoró mucho dentro de las habitaciones, pero no fuera. Vendimos 30 millones de coches, la gente los compraba porque el transporte púbico no funcionaba, pero al haber tanto automóvil, el tráfico se volvió caótico y la gente demandó de nuevo un mejor transporte público, a lo que nosotros hemos dado una gran prioridad. Hay una demanda importante de salud, porque nosotros tenemos un porcentaje de médicos por habitante muy bajo, y lo que hicimos fue mejorar la red pública importando médicos. También querían mejor educación, y conseguimos aprobar el proyecto, que se nos había rechazado antes, para que el petróleo la costease. Pero lo que no hemos podido hacer es solucionar el problema de la financiación de los partidos políticos y de las contabilidades B, que es sistemático de todas las formaciones.
La democracia tiene un costo que ha de ser asumido y los partidos han de ser transparentes. Quisimos hacer una reforma política en este sentido, y el Congreso no nos dejó. Promovimos un plebiscito que tenía en las encuestas un 85% de apoyo, pero tampoco conseguimos que su celebración fuese aprobada. Y eso es un gran problema porque hay un problema de representación política, que señalaban los manifestantes, al que hay que ponerle solución. La nueva generación es nativa digital, y necesita de nuevos instrumentos de participación. La gente quiere tener voz, participar e intervenir. La gente quiere una democracia más participativa y si no se la damos, tendremos manifestaciones cíclicas.
E.C.- Menciona usted en el libro al sociólogo Manuel Castells cuando analiza estos movimientos, y lo cierto es que estas soluciones le deben mucho.
Si el ajuste se prolonga, estás enfriando el hielo con fuego: cuanto más se ajusta más cae el PIB; cuando más cae el PIB más se ajusta, y así sucesivamenteA.M.- Sí, le menciono porque Castells dijo que Dilma había sido la única jefe de Estado que había salido a dialogar con la gente que estaba manifestándose. Y manejó bien la situación, porque sus respuestas propositivas a las demandas de la gente demostraron que el diálogo democrático puede transformar el descontento en seguridad, firmeza y capital político.
E.C.- Le digo lo de Castells porque esa es la clase de ideas que el sociólogo analiza en sus obras y con las que la izquierda europea que aspira a gobernar está tratando de recomponer su discurso, promoviendo la educación, la innovación y los entornos participativos…
A.M. - Hace diez años, cuando formamos gobierno en Brasil, dije públicamente cuál iba a ser nuestro programa, y estaba muy relacionado con esto. Entendíamos que la estabilidad económica era innegociable, así como el respeto a las instituciones republicanas, a la seguridad jurídica y al cumplimiento de los contratos. Señalamos entonces, cuando muchos desconfiaban de Lula por su origen obrero, que quizá el cambio no respondiese a las expectativas de una parte de la gente, pero que, en contrapartida, sería seguro, consistente e históricamente sustentado. Disminuimos las desigualdades con políticas innovadoras, como las becas de familia, aumentamos el sueldo mínimo en un 70% y también fortalecimos algunos bancos públicos que nos permitieron hacer políticas anticíclicas.
El ajuste fiscal, como ir al dentista, es imprescindible, aunque casi nadie quiera hacerlo, pero no puede ser eterno. Si el ajuste se prolonga, estás enfriando el hielo con fuego: cuanto más se ajusta más cae el PIB; cuando más cae el PIB más se ajusta, y así sucesivamente. Nosotros hicimos del pleno empleo una estrategia de nuestra política económica, ya que entendimos que esta política de estímulos y de inversiones estructurales suponía colocar lo social como eje económico del desarrollo mediante la creación de un mercado interno para el consumo de masas. Ya que no podíamos crecer hacia fuera, debíamos hacerlo hacia dentro. Esto creó una sinergia muy positiva a lo largo de la década con excelentes indicadores macroeconómicos, porque también porque entendimos que el estado tiene un papel regulatorio, pero es el mercado el que debe decidir en última instancia.
E.C. ¿Cree que Europa puede aprender algo de la experiencia brasileña o son situaciones política, económica y socialmente muy diferentes?
A.M. - Durante mucho tiempo la gente venía a Brasil y nos decía ‘tenéis que hacer esto o tenéis que hacer aquello’. Yo no quiero repetir eso, pero sí puedo decir que la crisis quizá sirva para que la gente entienda lo que es como sociedad y como pueblo, algo que nosotros hicimos. En ese sentido, veo que aquí hay una gran pérdida de autoconfianza, de seguridad y de coraje para ir adelante. Cuando miro a países como España, pienso en las infraestructuras tan fantásticas que tenéis, en vuestra capacidad tecnológica indiscutible, en las empresas globalmente fuertes y en un sistema financiero que es consistente y me digo que ya quisiera tener yo estos problemas para gobernar. Es verdad que se ha perdido seguridad, esperanza y optimismo, pero hay que tener el coraje de buscar nuevos caminos, y ser consciente de que el consumo popular sustenta el progreso económico es uno de ellos.
A.M.- Es un proceso complejo. En primer lugar, porque hay un fenómeno nuevo, que es internet. Este promueve una comunicación horizontal y sin mediación, que crea colectivos y redes sociales que se van desarrollando y que, en un determinado momento, salieron a la calle. No todos los que salieron sabían por qué estaban ahí, pero lo que sí sabían es por qué no estaban en casa. Lo de Brasil, sin embargo, fue diferente. Ahí no existía una demanda de democracia, como en la primavera árabe, ni tampoco se manifestaban contra los bancos como en Occupy Wall Street, ni contra la pérdida de derechos sociales, como los indignados. En Brasil la gente no protestaba contra el retroceso, sino que quería avanzar más y en más direcciones.
E.C.- Los manifestantes se quejaban de que no se gastaban el dinero público en interés de todos los ciudadanos.
A.M.- En mi país la vida mejoró mucho dentro de las habitaciones, pero no fuera. Vendimos 30 millones de coches, la gente los compraba porque el transporte púbico no funcionaba, pero al haber tanto automóvil, el tráfico se volvió caótico y la gente demandó de nuevo un mejor transporte público, a lo que nosotros hemos dado una gran prioridad. Hay una demanda importante de salud, porque nosotros tenemos un porcentaje de médicos por habitante muy bajo, y lo que hicimos fue mejorar la red pública importando médicos. También querían mejor educación, y conseguimos aprobar el proyecto, que se nos había rechazado antes, para que el petróleo la costease. Pero lo que no hemos podido hacer es solucionar el problema de la financiación de los partidos políticos y de las contabilidades B, que es sistemático de todas las formaciones.
La democracia tiene un costo que ha de ser asumido y los partidos han de ser transparentes. Quisimos hacer una reforma política en este sentido, y el Congreso no nos dejó. Promovimos un plebiscito que tenía en las encuestas un 85% de apoyo, pero tampoco conseguimos que su celebración fuese aprobada. Y eso es un gran problema porque hay un problema de representación política, que señalaban los manifestantes, al que hay que ponerle solución. La nueva generación es nativa digital, y necesita de nuevos instrumentos de participación. La gente quiere tener voz, participar e intervenir. La gente quiere una democracia más participativa y si no se la damos, tendremos manifestaciones cíclicas.
E.C.- Menciona usted en el libro al sociólogo Manuel Castells cuando analiza estos movimientos, y lo cierto es que estas soluciones le deben mucho.
Si el ajuste se prolonga, estás enfriando el hielo con fuego: cuanto más se ajusta más cae el PIB; cuando más cae el PIB más se ajusta, y así sucesivamenteA.M.- Sí, le menciono porque Castells dijo que Dilma había sido la única jefe de Estado que había salido a dialogar con la gente que estaba manifestándose. Y manejó bien la situación, porque sus respuestas propositivas a las demandas de la gente demostraron que el diálogo democrático puede transformar el descontento en seguridad, firmeza y capital político.
E.C.- Le digo lo de Castells porque esa es la clase de ideas que el sociólogo analiza en sus obras y con las que la izquierda europea que aspira a gobernar está tratando de recomponer su discurso, promoviendo la educación, la innovación y los entornos participativos…
A.M. - Hace diez años, cuando formamos gobierno en Brasil, dije públicamente cuál iba a ser nuestro programa, y estaba muy relacionado con esto. Entendíamos que la estabilidad económica era innegociable, así como el respeto a las instituciones republicanas, a la seguridad jurídica y al cumplimiento de los contratos. Señalamos entonces, cuando muchos desconfiaban de Lula por su origen obrero, que quizá el cambio no respondiese a las expectativas de una parte de la gente, pero que, en contrapartida, sería seguro, consistente e históricamente sustentado. Disminuimos las desigualdades con políticas innovadoras, como las becas de familia, aumentamos el sueldo mínimo en un 70% y también fortalecimos algunos bancos públicos que nos permitieron hacer políticas anticíclicas.
El ajuste fiscal, como ir al dentista, es imprescindible, aunque casi nadie quiera hacerlo, pero no puede ser eterno. Si el ajuste se prolonga, estás enfriando el hielo con fuego: cuanto más se ajusta más cae el PIB; cuando más cae el PIB más se ajusta, y así sucesivamente. Nosotros hicimos del pleno empleo una estrategia de nuestra política económica, ya que entendimos que esta política de estímulos y de inversiones estructurales suponía colocar lo social como eje económico del desarrollo mediante la creación de un mercado interno para el consumo de masas. Ya que no podíamos crecer hacia fuera, debíamos hacerlo hacia dentro. Esto creó una sinergia muy positiva a lo largo de la década con excelentes indicadores macroeconómicos, porque también porque entendimos que el estado tiene un papel regulatorio, pero es el mercado el que debe decidir en última instancia.
E.C. ¿Cree que Europa puede aprender algo de la experiencia brasileña o son situaciones política, económica y socialmente muy diferentes?
A.M. - Durante mucho tiempo la gente venía a Brasil y nos decía ‘tenéis que hacer esto o tenéis que hacer aquello’. Yo no quiero repetir eso, pero sí puedo decir que la crisis quizá sirva para que la gente entienda lo que es como sociedad y como pueblo, algo que nosotros hicimos. En ese sentido, veo que aquí hay una gran pérdida de autoconfianza, de seguridad y de coraje para ir adelante. Cuando miro a países como España, pienso en las infraestructuras tan fantásticas que tenéis, en vuestra capacidad tecnológica indiscutible, en las empresas globalmente fuertes y en un sistema financiero que es consistente y me digo que ya quisiera tener yo estos problemas para gobernar. Es verdad que se ha perdido seguridad, esperanza y optimismo, pero hay que tener el coraje de buscar nuevos caminos, y ser consciente de que el consumo popular sustenta el progreso económico es uno de ellos.
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