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diumenge, 20 de maig del 2012

ELS GRECS INTENTEN SOBREVIURE.

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Cada semana soy más pobre y tengo más miedo”

Los griegos tratan de sobrevivir a las penurias diarias de la crisis. (Font: El País)

La ruina es terrible. La humillación es aún peor. Los griegos, gente orgullosa, se sienten reducidos a la condición de parias, acosados por las acreedores y traicionados por sus políticos. Su economía se asfixia desde hace dos años y en el futuro sólo puede empeorar.

El miedo y la desolación, unidos a un punto de esperanza y al arrojo irracional de quien tiene ya poco que perder, componen el inestable ánimo colectivo ante las elecciones del 17 de junio. Si el pánico bancario se acelerara, la pertenencia de Grecia al euro podría no sobrevivir hasta entonces.

“El fracaso de las elecciones del 9 de mayo, con un Parlamento que ha durado 24 horas porque era ingobernable, me hace pensar que vienen días peores. Por delante sólo tenemos temor e incertidumbre”. Panaiotis Durlis, actor y director, fue durante siete años miembro del Teatro Nacional de Grecia y, por tanto, funcionario. Ya no hay teatro público por falta de dinero y el actor-funcionario Durlis ha sido asignado a la Fundación de la Ciudad de Atenas para las Personas sin Hogar. Ahora prepara representaciones teatrales con desempleados. “Es una forma de mantener la dignidad de estas personas”, dice, “y de mostrarles que con trabajo se puede salir adelante”.

Durlis cree que Grecia necesita “trabajo, respeto y verdad”. “Y bajar la cabeza, porque desde niños nos han inoculado delirios de grandeza”, añade. Son muchos los que, como él, piensan que una cura de humildad puede resultar positiva. En general, los griegos se culpan a sí mismos (y a sus políticos) por las décadas de derroche, clientelismo público y endeudamiento. Pero, tras dos años de brutal contracción económica, no hay quien se sienta capaz de cumplir las condiciones del memorándum, el plan de ajuste impuesto por la troika acreedora: Unión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional.

Los salarios públicos han sido recortados de forma drástica. Tras los antiguos excesos (un chófer ministerial podía ganar 4.300 euros mensuales), el otro extremo: el salario de un profesor de primaria ha pasado de 1.200 a 600 euros. Los enfermos tienen que pagar sus propias medicinas, y confiar en que el Estado les reintegre algo algún día. En dos años han cerrado más de 500.000 pequeños negocios. Las tiendas están vacías. Los bancos sufren una continua sangría de depósitos y en cualquier momento puede desatarse un pánico colectivo que acabe con el sector financiero y con el euro. El dinero casi ha dejado de circular.

“Estoy seguro de que seguiremos en el euro y acepto la obligación de devolver los créditos, pero tienen que darnos más tiempo porque en las actuales condiciones, la economía se muere”, opina Cleansis Tsironis, carnicero y presidente de los comerciantes del Mercado Central de Atenas. Sus ventas han bajado un 50% desde 2010. “Si no se salva Grecia, no se salva el euro”, añade.

Tsironis piensa igual que Tasos Boupalos, el quiosquero de la plaza de Victoria: “Tenemos que taparnos la nariz y votar a los dos partidos tradicionales, Pasok y Nueva Democracia, aunque sean ellos los culpables del desastre: si en las elecciones gana la nueva izquierda populista, la que rechaza la austeridad, dejaremos de pertenecer a la Unión Europea”, comenta. Boupalos solía ingresar unos 2.000 euros netos. Ahora no ingresa nada. Como Yanis, cuyo comercio de óptica permanece paralizado: ni entra ni sale género. “Cada semana soy más pobre y tengo más miedo. ¿Dónde llegaremos? ¿No podremos ni comer? Es terrorífico”, señala.

A nadie se le escapa que la cuestión crucial es el euro. Y la preferencia por la moneda europea sigue siendo mayoritaria. Pero no a cualquier precio. Abundan quienes sueñan con una victoria de Alexis Tsipras, el joven, carismático y populista líder de la Izquierda Radical al que los sondeos dan como probable ganador, y con un magistral farol de póker bastante parecido a un chantaje: Tsipras amenaza con dejar el euro, Angela Merkel se asusta y suaviza sus condiciones, Grecia respira y empieza a resolverse la crisis. Eso, de momento, no parece muy realista.

“Sólo podemos aspirar a que de las elecciones salga un Gobierno estable, que Europa ayude un poco más y que no se llegue al colapso”, dice el concejal y abogado Yorgos Apostolopulos, responsable de gestionar en lo posible la Atenas más pobre, dando alimentos en comedores populares y abriendo dormitorios gratuitos. “Si no llega más dinero europeo, o si tras las nuevas elecciones no se logra formar un Gobierno, es posible que yo me vea también en esa cola”, comenta, señalando a quienes esperan para recibir una comida caliente.

El plan de rescate organizado por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, con cientos de miles de millones en nuevos créditos y una reestructuración de la deuda por más de 200.000 millones, no resulta suficiente para frenar la parálisis económica. El flujo de dinero se ha interrumpido, a la espera de que el país tenga Gobierno y decida si quiere seguir en el euro. Al Estado le quedan fondos para pagar las nóminas y pensiones de mayo, pero no de junio. El abismo está muy cerca.

“Los del norte quieren imponernos su ritmo de vida y sus valores, que no son los nuestros: el Mediterráneo funciona de otra forma”, proclama Constantin Papadakis, veterano del sector turístico y residente en Creta, mientras almuerza en una popular taberna ateniense. Ciertas cosas no han cambiado, pese a lo agónico de la situación. En la taberna la comida concluye con una breve juerga colectiva en la que se ríe, se canta, se brinda por Grecia y se profieren algunos epítetos poco cariñosos hacia Alemania y “el norte”.

La imagen de los griegos como gente desorganizada e individualista se ajusta bastante a la realidad. La fama de trabajar poco resulta más discutible. Frente a la tendencia al relajo en el sector público, en el sector privado son numerosos quienes hacen jornadas de 12 y 15 horas. Dos ritmos de vida distintos conviven en el país. La larga crisis (desde 2007 la economía se ha contraído un 20%) ha dado razones a unos y otros. Una gran cantidad de atenienses considera que la falta de dinero justifica plenamente la costumbre, muy arraigada, de no pagar el transporte público. Otros piensan, por el contrario, que ha llegado el momento de cambiar y pagar siempre por todo, sin apelar a supuestos derechos adquiridos que el Estado ya no puede cubrir.

Junto a quienes se remiten a cuestiones culturales y a un choque norte-sur para explicar la situación, están quienes señalan al capitalismo como culpable. Como Isabella y Arguiró, ambas de 22 años y ambas estudiantes de arquitectura en la Escuela Politécnica. “El sacrificio de los más débiles forma parte del sistema capitalista”, explica Isabella, que se niega a sentirse parte de una “generación sacrificada” por el saneamiento económico. “No podemos dejarnos llevar por la tristeza y la ansiedad que vemos en casa, tenemos que pensar que el futuro, de alguna manera, será mejor que el presente”, indica. Tanto Isabella como Arguiró contemplan, sin embargo, la posibilidad de emigrar tras conseguir la licenciatura. “Con tanta inseguridad es imposible descartar opciones”, dice Arguiró.

“Llama la atención que el ambiente en las calles sea relativamente normal, supongo que empeorará poco a poco de aquí al 17 de junio”, señala Álex Pizarro, un chileno que se estableció en Grecia en 1997 y que ahora cobra, con notables retrasos, un subsidio de paro de 350 euros. “Si esto llega a niveles trágicos, me volveré a Chile”, anuncia.

El hundimiento de Grecia ha provocado ya tragedias personales. Privadas en su mayoría, con dos grandes excepciones. La primera, en 2003, cuando la crisis era más moral que económica: el suicidio de Roubini Stathea, responsable de desarrollo urbanístico en el Gobierno. Dejó una nota en la que expresaba la esperanza de que su muerte sirviera para que los funcionarios fueran “un poco más trabajadores; los políticos, un poco más honestos; los jueces, un poco más creíbles; los periodistas, un poco menos carnívoros”. La más reciente, el pasado 4 de abril, el suicidio del pensionista Dimitris Christoulas en la plaza Syntagma, epicentro de las protestas en Atenas. Christoulas murió de un tiro con un papel en la mano en el que explicaba que prefería morir antes que rebuscar entre la basura para alimentarse.